Nociones básicas: el viaje disforme
La disformidad, conocida también como el empíreo, el inmaterio, el mar de almas y muchos otros títulos ominosos, es el lugar en el que cada pensamiento, sueño, emoción, anhelo y miedo de las razas inteligentes de la galaxia se unen para adquirir forma física. Su auténtica apariencia empuja incluso a la mente más férrea de los mortales a la locura. Por lo tanto, se suele representar como un océano infinito de poder arremolinado con corrientes caleidoscópicas en perpetuo movimiento. Al atravesar el velo que separa la realidad de la disformidad, la humanidad entró en contacto con ese océano sin límites. Cuando se lanza a las corrientes de la disformidad, una nave puede atravesar distancias interestelares en una mera fracción del tiempo que les llevaría de forma tradicional. Así, se convirtió en la puerta de la humanidad hacia las estrellas. No obstante, los peligros del inmaterio están a la altura de su poder. Como todo océano, el mar de almas sufre el azote de terribles tempestades y violentas tormentas que pueden devorar cualquier nave descuidada o filtrarse a la realidad para arrasar sistemas enteros con mutaciones y fenómenos de pesadilla.
Sin el gen del Navegante y sus portadores, el Imperium de la Humanidad no existiría. En el mejor de los casos, el espacio humano se limitaría a los planetas autosostenibles y a algunos imperios dispersos e insignificantes. El contacto con otros mundos sería entre escaso e inexistente, pues el viaje entre incluso los sistemas estelares más cercanos sería demasiado largo y peligroso como para resultar práctico. Sin un Navegante, las naves solo pueden realizar saltos de disformidad de unos pocos años luz, siempre con una calibración exacta realizada por bancos inmensos de cogitadores, pues el más mínimo error puede tener consecuencias letales para la nave y las almas que lleva a bordo. Sin un Navegante, cruzar el más estrecho de los golfos interestelares sin unas antiguas cartas de navegación muy detalladas sería un acto desesperado o insensato para la mayoría de los viajeros del vacío, y suicida para quienes comprenden los horrores que acechan más allá del universo material.
Los Navegantes son herederos de una de las grandes casas de Navegantes. Hay quien cree que esos linajes son más antiguos que el mismo Imperium, y otros piensan que son una creación directa del Dios Emperador cuando aún caminaba con un cuerpo mortal. A lo largo de los milenios, han acumulado un gran poder e influencia gracias a sus habilidades indispensables para el Imperium, pero al mismo tiempo están atrapados en las antiguas tradiciones. A los Navegantes no les falta de nada, pero suelen estar encadenados a su deber. Gracias a su ojo de la disformidad, pueden atravesar el velo entre el materio y el inmaterio, entre la realidad y los reinos de pesadilla al otro lado. Al poder percibir el contorno cambiante y las corrientes imposibles de la disformidad, pueden guiar una nave con su habilidad y la ayuda inestimable de la luz del Astronomicón, el faro ardiente forjado por el Emperador que brilla por toda la galaxia desde la ancestral Terra. La vida de los Navegantes se basa en el deber y el servicio a su casa, y eso es lo que desean, pues nunca se sienten tan vivos como cuando están refugiados en su sanctum de navegación, observando las profundidades dementes del inmaterio, enfrentando su voluntad y su mente contra la tormenta de energía y pensamiento hambrienta que acecha tras lo que otros consideran real.
Cada Navegante percibe la disformidad subjetivamente como un reflejo de su propia naturaleza, para evitar mirar a la auténtica forma del abismo y perder por completo su mente y su alma. Algunos ven la dimensión como un viaje por un bosque en mitad de una tormenta, conscientes de que perder el camino implica rendirse a los horrores que esperan en su interior. Para otros, es un mar embravecido, un desierto en una tormenta de arena, una ciudad cambiante de noche o un millar de posibilidades distintas. Cuando su experiencia y su poder crecen, la abstracción desaparece y los Navegantes pueden observar la auténtica disformidad en un estado polarizado, con su tercer ojo filtrando la pesadilla.
Pero incluso aquellos diseñados genéticamente para soportar el pavor de la disformidad tienen que pagar el precio. Los Navegantes veteranos pueden sufrir fallos en órganos, locura incipiente y mutaciones inevitables, hasta que finalmente se convierten en prisioneros que dependen de la maquinaria de su sanctum para vivir. Por otro lado, los que acaban de empezar en el puesto suelen disfrutar de su rango y su riqueza, adoptando un estilo de vida libertino sin preocuparse por la realidad trivial de la vida en el Imperium, conscientes de que esa libertad acabará un día. Los que siguen esta actitud desenfrenada y casi nihilista suelen verse atraídos a servir en las naves de un Comerciante Independiente, arrojándose a la oscuridad como si huyeran del destino inevitable que terminará por alcanzarles. Otros deben su peligroso servicio a un crimen o fechoría oculto entre los suyos o por su conexión con un linaje infame o, para algunos, mancillado.
Independientemente de la idiosincrasia del Navegante, es una parte vital para la operación de las naves de un Comerciante Independiente, por lo que disfrutan de una gran libertad. Al fin y al cabo, perder a su Navegante más allá de las fronteras es una sentencia de muerte tanto para la nave como para su tripulación.